5.7.07

Diapasón


A esta altura, considerando que sin ningún intento de difusión son muchos los visitantes que recibe esta minúscula exposición de pudor desvergonzado, creo que corresponde hacer una mínima presentación y contar que quiero contar, para dejarme llevar por el cuento antes de empezar a escribir lo que quiero escribir mientras todavía escribo lo que puedo.
No voy a entrar en detalles superficiales o fisonómicos, el narcisismo me impide privarme de disfrutar del misterio y ese tipo de interés que llamamos curiosidad. Cuando abrí este blog el propósito fue y sigue siendo otro.
El sentido de todo esto es el de expresar de una manera diferente, expresarme, tan diferente como eso. Tomar contacto con aquello que surge y resurge en esa instancia del pensamiento que llamamos “dentro de uno” y que naturalmente necesitamos dar cauce para dejarlo fluir. Lamentablemente somos muy buenos ingenieros y muy de madrugada aprendemos a construir represas.
Nos quedan, entonces, algunas posibilidades; vivir acostumbrados, negando y reprimiendo, en esa clase de sopor constante donde no se siente mucho y se piensa poco, se come, se duerme, se tiene el sexo que se puede tener y se familiariza con la angustia al punto de que llega a ser algo mas, que ya no tiene por que molestar porque “así es la vida”, con el dique bien firme; también podemos empezar a preguntarnos que pasó con todo aquello que alguna vez nos importaba o nos hacía sentir distintos, no nos acordamos como pero estaba bueno, hasta parece un video iluminado con luz de verano, entonces pensamos en buscar como o por donde abrir compuertas para dejar fluir lo que estancamos; y otra cosa que podemos hacer es enfocar el deseo, si, reconocerlo, llamarlo por su nombre para que crezca y le de fuerza a nuestras intenciones, logrando que se debiliten las represas y a tiempo destruirlas dejando que por fin empiece a fluir.
Creo que la creatividad que todos tenemos es un recurso con el que nos sanamos o evitamos tener que llegar a hacerlo, el hombre fue superando la prehistoria, empezó a producir códigos y lenguajes, necesitó expresarse por medio de su arte, su cultura, su forma de exponerse y adquirió todo eso unos segundos antes de aprender a reprimir. Hoy estamos muy perfeccionados en reprimir, la especialización es por lo que se destaca el hombre moderno.
Cuando nos ponemos en un lienzo, un escenario, palabras, una escultura, la vocación o cualquier práctica que nos permita ser en lo que hacemos, estamos consiguiendo poner el cuerpo en otro lado, fuera del propio pero siendo uno con todo eso, estamos expresando de otro modo y saldando cuentas. Eso, ése, somos siendo de otro modo.
Todo cobra otro sentido, todo eso que nos angustió, somatizamos, generó inseguridad o nos mantiene endeudados haciendo sacrificios increíbles se torna en algo que permite redirigir las consecuencias satisfaciendo un deseo, sacando el padecimiento de este cuerpo para que siga estando en el cuerpo, sin padecerlo. Paradójicamente también resulta que todo ese mismo proceso tiene por fin ser una obra que de por si es bella, esa obra en donde estamos y somos, independientemente del juicio del espectador.
En mi caso decidí hacerlo con la palabra como lo haría con la música o la pintura, son estos garabatos con los que estoy más familiarizado y llegué a animarme dar todas las batallas sintiendo que peleo mas parejo que con otros oponentes, que si tengo que reponerme voy a conseguir estar listo para la siguiente. Suena extraña la metáfora pero quizá sea muy acertada para muchos casos, sino ¿qué otra cosa es lo que hace con la pluma un compositor apasionado, con el lienzo y los colores un pintor extasiado ante la imagen que imagina, un poeta sufriendo su dulce amargura buscando la rima o el enigma, alguien eligiendo los colores de su casa o arreglando el plato que va a llevar a la mesa?
¿Si es tan duro y desigual, para qué entonces enfrentar el desafío de luchar con el inconsciente? Supongo que no tengo una gran respuesta, simplemente creo que en algún momento ese inconsciente que de madrugada nos enseñó a construir diques puede dejar de supervisar la obra y quizá me encuentre preparado, listo para poner compuertas y abrirlas a la siesta o lo suficientemente fuerte como para destruirlas desatando esa potencia tan contenida, como un terrorista nocturno. O por ahí, después de todo, llego a ver que no se trataba de luchar sino de dejar de hacerlo.
Probablemente me fui acercando a este momento mientras crecía ese romance que siempre tuve un poco a escondidas con las palabras, flirteando con ellas, engañándolas mientras me engañaba, valiéndome de su seducción para seducir o de su hoja afilada para atacar, montándome en ellas como si fuese un Quijote desquiciado y barroco para embriagarme elegante y vanidosamente hasta marearme confundido. Esa apasionada adicción me familiarizó tanto como para permitirme el atrevimiento de valerme de ellas para hacer lo que siempre quise y quizá de otro modo no me animo.
Esta familiaridad me permite descubrir una nota secreta, escondida, que afinada vibra en una cuerda que nace en el pensamiento, se oye suave, se siente en medio del pecho o en la humedad de los ojos y sola produce una melodía mínima y muy armónica que se toca con palabras calladas.
Ese es mi desafío, escribir las pocas palabras que hacen esa música, tocar esa perfectamente humana melodía de una sola nota.

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